“Lunes sin carne”, “consume productos locales y de temporada”, “recicla”, “utiliza más el transporte público y viaja menos de avión”, “cómprate un coche híbrido o eléctrico” e incluso “ten menos hijos”. Estos y otros mensajes similares son los que, como ciudadanos y, sobre todo, como consumidores, recibimos continuamente para que a través de nuestras decisiones reduzcamos nuestra huella sobre el planeta y, con ello, luchemos contra el cambio climático.
Sin embargo, los hogares, sobre todo a través del transporte privado o de la calefacción, generan directamente sólo el 26 % de las emisiones de carbono de la economía española. El 74 % restante se debe a decisiones de producción que toman las empresas.
Al final, son las empresas las que deciden cómo producir los bienes, dónde localizan su producción, qué suministradores eligen y si estos usan tecnologías con menor huella de carbono. De eso, de responsabilidad, vamos a hablar en este artículo.
La huella de las filiales
En nuestro reciente trabajo publicado en Nature Communications evaluamos la huella de carbono de las filiales de las multinacionales estadounidenses repartidas por todo el mundo.
Con esta huella, cuantificamos las emisiones directas e indirectas generadas por las multinacionales a la hora de producir bienes y servicios que son consumidos en cualquier país del mundo. Obtenemos así una huella de carbono de las filiales estadounidenses que representa un volumen de emisiones de carbono mayor que el de muchos países. Por ejemplo, esa huella es casi el doble de las emisiones generadas en toda la economía española y las situaría en un hipotético 12º puesto en el ranking mundial de países más contaminantes.
El 60 % del total de la huella de estas multinacionales corresponde a productos que son consumidos en los países donde las filiales desarrollan su actividad, el restante 40 % va incorporado en bienes y servicios que exportan a otros países. Solo el 8 % se explica por el consumo de bienes y servicios por parte de los ciudadanos de Estados Unidos.
Estos procesos de deslocalización suponen un riesgo para el cambio climático si se producen fugas de carbono. Es decir, si las empresas deciden localizar parte de su producción en países con legislaciones medioambientales más laxas. Sin embargo, esa misma deslocalización puede ser una oportunidad de mitigación si en las decisiones de producción también se tienen en cuenta criterios de sostenibilidad ambiental.
Por ejemplo, las empresas pueden seleccionar suministradores con certificados con garantía de origen verde. Pueden usar papel reciclado para sus embalajes o desplazar sus mercancías usando transporte eléctrico. Más aún en un contexto en el cual la mayoría de las emisiones de CO₂ no las generan directamente esas filiales, sino que están generadas por las empresas que les suministran bienes intermedios y energía en esos países.
Los “lunes sin carne”
Un buen ejemplo de gestión sostenible lo podemos encontrar si volvemos a hablar de los “lunes sin carne”. ¿Cómo pueden reaccionar las empresas al hecho de que parte de sus consumidores demanden un menor consumo de carne?
Por ejemplo, la multinacional de comida rápida Burger King está evaluando, en colaboración con la empresa Imposible Foods, la posibilidad de incorporar en sus menús hamburguesas vegetales que saben y sangran igual que las hamburguesas de ternera: las Impossible Wopper.
En la práctica, introducir esta opción implica un cambio en la cadena de suministro al reducirse la demanda de carne de ternera y aumentar la de proteínas de origen vegetal, lo que generaría una importante reducción de huella de carbono.
Sin embargo, dicha actuación debería complementarse con otras en la misma línea para que sea plenamente efectiva. Por ejemplo, utilizando en sus establecimientos electricidad que disponga de un certificado de origen verde, optando por suministradores y repartidores con vehículos eléctricos o incentivando el uso de transporte público por sus trabajadores cuando se desplazan al puesto de trabajo.
El momento de actuar es ahora
Los compromisos de mitigación adquiridos por los 185 países que han ratificado el Acuerdo de París o las políticas que están llevando a cabo los alcaldes de numerosas ciudades del planeta han demostrado hasta ahora ser insuficientes. Así, recientemente hemos visto como la estudiante Greta Thunberg era capaz de sacudir las conciencias del continente europeo y proclamar una mayor actuación política para frenar la “crisis del clima”.
Las multinacionales, con su inmenso poder económico, también tienen una considerable responsabilidad medioambiental. Están obligadas a convertirse en actores principales en la lucha contra el cambio climático. Su actuación reportará ventajas, pues son capaces de cruzar fronteras e influir en los cientos de miles de empresas que les suministran mercancías.
Además, los compromisos de mitigación del cambio climático de los países serán más fácilmente adoptables si las multinacionales se dan cuenta de los riesgos que la inacción implica para su negocio: desde la pérdida de consumidores a la dificultad de acceso a financiación en los mercados de capitales.
Algunas compañías ya están asumiendo un precio interno del carbono para valorar cómo se verá afectado su negocio ante la posibilidad de que se establezcan impuestos al carbono.
Asimismo, será más probable que estas empresas tomen medidas para disminuir su dependencia del carbono si perciben los beneficios que pueden obtener: desde la reducción de los costes energéticos asociada al autoconsumo de energía renovable a la fidelización de unos consumidores cada vez más concienciados con la crisis climática.
Por Luis Antonio López Santiago
(Profesor de Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha; Guadalupe Arce González, Profesora Ayudante Doctora, Universidad Complutense de Madrid; Jorge Enrique Zafrilla Rodríguez, Contratado Doctor Interino – Fundamentos del Análisis Económico, Universidad de Castilla-La Mancha y Maria Angeles Cadarso, Profesora Titular de Universidad, especialista en economía y medio ambiente , Universidad de Castilla-La Mancha)
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation.